ERASE UNA VEZ
Érase una vez una serie que así se titulaba y hacía
honor a su nombre. Bueno quizás lo llevaba un poco más allá pues era un cuento
sobre los mismos cuentos. El cuento del qué pasaría si Blancanieves, el
príncipe, los enanitos, la malvada madrastra bruja y otros habitantes del Reino
de las Maravillas dejasen la Fantasía y les obligasen a vivir en el mundo
real. Quién sería quién y cómo se
comportarían en un pueblo, cuál sería la profesión de cada cual si no supiesen
quiénes eran en su otra vida.
Es una interesante reflexión sobre el bien y el mal,
el amor y el odio, sobre las razones y sentimientos que mueven a los hombres.
Evidentemente la premisa de la que parte
es que en la vida real los finales felices no predominan y que para
triunfar hace falta la maldad, siquiera una pizca, o al menos hacer un pacto
con el demonio, que, por supuesto, lo va a cobrar a más que a precio de oro
(una lección que enseñan algunas de nuestras leyendas populares lamentablemente
ya olvidadas).
Realmente ese es el dilema que plantea la serie:
¿cómo puede vencer el Bien al Mal sin ser malo? Y aún así sucede que cuando los
buenos utilizan algún atajo cuestionable éticamente también pierden. Más que
eso, los malos se vuelven más poderosos. Con lo cual la pregunta se vuelve más
acuciante y menos resoluble. ¿Cómo vencer al Mal con el Bien?
No sé cuál es la respuesta que darán los guionistas
(hoy intentaré ver otro par de capítulos), pero sí que sé cuál daría yo si mis
hijas me lo preguntasen. La fidelidad y la paciencia. Sé que son dos valores
denostados en la actualidad. Tenemos muchas justificaciones para no ser fieles
y leales a nuestros compañeros, a nuestros amigos, a nuestra familia. ¿Por qué
voy a dejar de realizarme por unos lazos que sólo me atan? ¿No les recuerda a la tentación de la
manzana?
Y de la paciencia, ¿qué les voy a decir? Todo hay
que hacerlo y tenerlo para ya, sino es para antes de ayer. Sin embargo, por muy
acelerados que seamos, cada fruto madura a su tiempo y si lo cortamos antes
sólo nos va a saber agrio y verde. “La paciencia todo lo alcanza”, dice Santa
Teresa. Y sólo Dios basta.
(artículo en "El Día de Valladolid", 23 octubre 2012)
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