viernes, 12 de octubre de 2012

CARA TRISTE, CARA CONTENTA


CARA TRISTE, CARA CONTENTA
Es cierto que los niños reflejan  en sus dibujos su estado de ánimo. Lo he podido comprobar estos días con mi hija Rebeca. Estaba haciendo sus deberes al tiempo que enredaba con su hermana Lía, de tal modo que la una por la otra no hacían nada y acabaron discutiendo. Así que las reñí y las separé  para que terminaran sus tareas. Rebeca se enfadó conmigo por reñirla y, como uno de sus deberes era dibujarnos a su madre y a mí,  me pinto con cara de enfadado.

En realidad pienso que no era tanto por mi enfado, aunque reconozco que era grande y que en muchas ocasiones me puede mi mal genio, algo con lo que llevo luchando toda la vida y por lo que pido ayuda a Dios todas las mañanas, pues los demás no tienen la culpa de ello ni tienen por qué sufrirlo. Creo, sin embargo, que el enfado le venía más porque la había pillado armándola y no había podido salirse con la suya.

La verdad es que no es tan de extrañar. Todos hacemos lo mismo. Cuando actuamos de manera errónea, ilícita o malvada nuestra primera reacción es negarlo, muy raramente reconocerlo. Y cuando la negación no nos sirve de defensa, cambiamos a la táctica del enfado, de ponernos muy dignos y de mostrar que nosotros somos los indignados por tener que escuchar tales acusaciones, aunque sean ciertas.

Esa indignación no es más que una de las máscaras de nuestra soberbia. ¡Cuánto mal nos trae querer quedar por encima y tener razón siempre! ¡De cuánto bien nos privamos por no reconocer a tiempo, incluso a destiempo, nuestros errores y asumir sus consecuencias! Siempre serán menores que las que trae la negativa, que las multiplica exponencialmente.

Aunque siempre tenemos esa vocecita diabólica asegurándonos que si nos mostramos humildes pareceremos débiles, yo les certifico que es más provechoso cambiar esa más cara de enojo por una de sencillez. Se lo digo porque después de un poco mi hija y yo nos perdonamos y nos dimos un abrazo para hacer las paces. Entonces repintó su dibujo y  cambió mi cara triste por una cara alegre.     
(Artículo em "El Día de Valladolid", 9 de octubre de 2012)

domingo, 7 de octubre de 2012

OJOS DE FELICIDAD


OJOS DE FELICIDAD

A uno se le agranda el corazón cuando ve la felicidad en los ojos de su familia. En esos momentos desaparecen las preocupaciones, el cansancio y el estrés y, por supuesto, de la crisis ni se acuerda Porque de verdad lo que realmente deseamos las personas, tanto ricos como pobres o mediopensionistas, es vivir eternamente en ese momento. Es nuestro anhelo más íntimo, nuestra aspiración máxima. O traducido: el cielo.

Es lo que buscamos durante toda la vida. Hay ocasiones en las que lo hacemos conscientemente pero en el fondo es lo que late bajo todas nuestras acciones. No siempre tenemos éxito y lo hallamos, muchas veces ni siquiera cuando lo hallamos lo reconocemos y en otras erramos en lo que buscamos.

Creemos, así nos lo enseñan, que esa felicidad está en el triunfo y en el éxito. Póngale ustedes el complemento que quieran: de poder, de prestigio, de dinero… de amor incluso, de un amor posesivo. Sin embargo, no es así. Hay uno mira a los ojos de los demás y no ve felicidad. Puede haber temor, adoración, odio, servilismo, indiferencia, egoísmo…pero no felicidad y amor.

Los ojos de felicidad son los que yo he visto este fin de semana en mi hija pequeña (bueno ya no la pequeña, pues Dios nos ha bendecido con otra – parece que es niña- que viene en camino) durante la celebración de su cumpleaños. No era por lo regalos, que le hicieron mucha ilusión claro, sino porque nos habíamos juntado la familia para comer. Estaba feliz porque estábamos juntos compartiendo.

Siempre he creído que los hijos, con toda la dedicación que necesitan, son la mayor bendición para una sociedad. Nos ayudan a poner los pies en la tierra, a pensar en la consecuencias de nuestros actos porque las pagaran ellos y nos permiten disfrutar ( y distinguir) los verdaderos momentos de felicidad.

Son como unos ángeles de la guarda que nos regala Dios para que nos cuiden, aunque parezca lo contrario. Por cierto, acuérdense de su ángel de la guarda personal porque hoy es la fiesta de los santos ángeles custodios. Cuánto trabajo doy al mío y de cuánto me ha librado. Muchas gracias, ángel mío.   
(Artículo en "El Día de Valladolid", 2 de cotubre de 2012)