DE MADERA A CARNE
El pasado jueves fuí a ver a mi hijo Gonzalo. Cumplía dos
años. Así que me acerqué al cementerio antes de ir al trabajo. Serían las nueve
y cinco o las nueve y diez de la mañana. Una mañana fría y triste, con niebla
en Las Contiendas. Pero eso no fue lo que me encogió el corazón. Según me
acercaba a la sepultura para felicitar a mi hijo y pedirle que interceda por
todos nosotros desde el cielo ( hoy justamente hace dos años que murió), ví
subir un coche funerario. Enseguida pensé en lo rara de la hora para un
entierro. La curiosidad hizo que buscase el lugar del sepelio. No ví más que a
dos o tres personas y a varios trabajadores de Nevasa, preparados para
depositar el féretro.
Estuve rezando unos minutos, no más de diez, y me dispuse a
marchar. No sin antes echar otra mirada al triste enterramiento. Los operarios
ya estaban recogiendo las sogas que les sirven para bajar el ataúd. No hubo ni
responso ni homenaje poético. Desconozco si acaso una breve oración interior,
un pequeño adiós. Un triste y solitario adiós. Quizás el enterrado sea el mismo
hombre, un anciano, que un par de días antes había sido encontrado muerto,
junto a su perro también muerto, en su casa. Lo estaba desde hacía un mes.
¿Qué nos pasa? Adoramos tanto el individualismo que nos
olvidamos de los
vecinos. Enaltecemos tanto nuestra libertad que no podemos
darnos al prójimo. En los otros buscamos satisfacer nuestras necesidades sin
tener en cuenta las suyas. Si hay la más pequeña contrariedad, no nos interesa
y rompemos lazos. Y vivimos asilados, solos en nuestras burbujas, aún cuando
haya compañía. Y así pasamos la vida. Y así nos encontramos cuando viene la
muerte. Y cuando se mueren los demás.
No creo que seamos peores ni mejores que los que nos han
precedido, pero sí que hemos perdido
algunos de sus valores. Como vivir en familia, en grandes familias. De sangre,
de vecinos, de fe. Unos a otros se acompañaban en la vida y en la muerte. Con
lo bueno y malo que conlleva, estamos hechos para vivir en comunidad. La
ausencia de compañeros de viaje nos genera un gran vacío, que intentamos llenar
con lo que sea.
Entonces llegan los charlatanes de falsas seguridades.
Buhoneros de elixires de esencia de naciones y pueblos, quincalleros
estañadores de grietas de almas, baratilleros del misticismo de nueva ola,
cienciólogos de la razón y la salud, nihilistas del placer y de la evasión. Y
nos venden sus totalitarismos de izquierdas y derechas, su filosofía barata de
fuerzas interiores y aureolas, sus meditaciones, su madre Gea, su salud eterna
y su belleza de pasarela, su buenismo, su moralina de la privación y la
prohibición, su carpe diem. Y todo ello con apariencia de bondad.
Así consiguen emborrachar y drogar a Pepito Grillo y que la
conciencia no moleste. De ese modo obtienen su beneficio. Mientras, la nariz de
Pinocho sigue creciendo cuando miente. Por eso es importante que aprovechemos
los aldabonazos de hechos como los del principio. Es el vientre de ballena que
necesitamos para reconocer nuestros errores y convertir nuestro corazón de
madera en uno de carne. Lo hizo Pinocho y lo hizo Jonás.
( Artículo en "El Día de Valladolid", 6 febreo 2007)
CADA COSA A SU TIEMPO
Cualquier persona ha de saber discernir en qué momento de su
vida se encuentra. Todos tomamos cada día decisiones en las que nos jugamos la
vida. No porque alguien nos ponga entre la espada y la pared, sino porque sus
consecuencias marcarán la derrota que seguirá nuestra existencia. Para bien y
para mal. Para ser felices o estar derrotados. Para tener esperanza o estar
vacíos. Son razones suficientes para pensar, de vez en cuando, detenidamente,
lo que hemos de hacer. Son esa clase de momentos en los que hemos de saber qué
clase de tiempo vivimos. Individual y colectivamente.
Siempre me ha hecho gracia, aunque en otras ocasiones me ha
irritado enormemente, ver cómo negamos nuestro pasado en aras de lo
políticamente correcto. Y no nos damos cuenta de que cuando negamos una época,
estamos negando a nuestros propios padres y abuelos. Y dice el mandato divino
que tenemos que honrar a nuestro padre y a nuestra madre y eso se extiende a
los padres de los padres de los padres … . Pero lo mejor del caso es que es el
único mandamiento que contiene una promesa: hazlo y serás feliz.
Quizás esto nos dé la
clave para interpretar el tiempo actual. Si no somos capaces de respetar a los
que nos dan la vida, cómo vamos a respetar a los demás. Si no respetamos lo que
hicieron nuestros antepasados, cómo podemos pretender que nuestros
descendientes respeten lo que nosotros hacemos. Por mucho que lo disimulemos con
palabras tan sonoras que lleguen a ocultar la realidad. Algo en lo que son muy
hábiles nuestros políticos ( y las multinacionales ). En no darnos el grano
sino la paja. Y ahora vienen elecciones. Tiempo propicio para los trileros.
Aún hay tiempo para aventar el grano, que es a lo que se
dedicaban mis antepasados, y prepararnos para el crudo invierno de las campañas
electorales. Porque la dureza de los temporales sucesivos de precampañas ya la padecemos.
Y muy a menudo ( demasiado ) nos dejan prácticamente incomunicados. No decimos
ni pío.
Por eso ya es el tiempo de hablar, de escribir en este
momento. De decir lo que hay, que casi siempre es políticamente incorrecto. Es
el tiempo de beldar, porque es la época de separar la paja del grano, que
nuestras decisiones sean con conocimiento de causa. Y de consecuencia. Pero
también es tiempo de escuchar. Quien no escucha suele tomar decisiones arriesgadas.
Así que quedamos en eso. En escucharnos y escribirnos. Todos los martes. Con el
bieldo en la mano. Es el tiempo.
( Publicado en "El Día de Valladolid", 30 enero 2007)
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