sábado, 20 de febrero de 2016

MATAR AL PADRE


Observo con preocupación todo este espíritu revisionista que ha ido creciendo con la crisis económica. Me maravilla que ahora todos nos rasguemos las vestiduras ante escándalos que todos intuíamos, sabíamos y, en casos, conocíamos que existían. Lo ocultaba una prosperidad que se reveló ilusoria pero que nos llegaba a todos de una u otra manera. Esa frustración  nos está llevando a buscar chivos expiatorios y a colocar sambenitos, que no es lo mismo que hacer justicia.
Ese espíritu revanchista y envidioso ha ido impregnando toda la sociedad y está siendo aprovechado por los oportunistas para romper con todo y erigirse en libertadores. Son hábiles, calculadores y listos, algunos hasta inteligentes. Su triunfo es inevitable si los ciudadanos apostamos por la demagogia, les dejamos libertad de acción y aplaudimos en esos modernos autos de fe en que se han convertido tertulias y programas políticos.
Si Freud hubiese psicoanalizado a los españoles nos habría puesto como el manifiesto ejemplo del deseo de matar al padre. Al fin tiene mucho que ver con el que dicen que es nuestro pecado nacional: la envidia. Lo digo por ese afán que nos arrebata de tanto en tanto de acabar con todo lo que construimos, de decir que nuestros padres y abuelos no sabían lo que hacían, que no es lo adecuado para estos tiempos, que eran unos pecadores grandísimos. Es esa ansia que nos ha entrado de reformar una Constitución que, con sus fallos y debilidades, ha demostrado que es completamente adecuada  para convivir. No como las otras, siete en 120 años, que sólo lograron enfrentarnos a unos contra otros.
La envidia y la soberbia son muy malas para la convivencia. La base del consenso es la humildad, que no es renuncia a los principios ni sometimiento. Dado que comienza la Cuaresma mañana y que es propicia para el examen de conciencia y el reconocimiento de fallos, debilidades y pecados, estaría bien que lo aprovechásemos para ver cómo mejorar y no cómo tener razón e imponernos. Al ser tiempo de abstinencia y ayuno, empleémoslo en ganar dominio de nosotros, sobre todo en los excesos de la lengua.