viernes, 24 de junio de 2016

ORBEXIT

ORBEXIT

Orbis Terrarum es un mapa pensado por San Isidoro en su Etimologías. Es una T en O. El mundo se representa como un orbe, como un círculo, símbolo de la totalidad, de la perfección. En su interior se inscribe un T que muestra el centro del mundo en el siglo VII, el Mar Mediterráneo. Esa T, esa tau, centro del orbe, simboliza la cruz y, por tanto, a Jesucristo, centro y axis del universo. Como impone la lógica de la mentalidad simbólica como la de la época, la exactitud del mapa no es tan importante como lo que quiere comunicar.
Ese Orbis Terrarum fue evolucionado y no mucho después, un centenar de años, también en España,en las miniaturas del comentario al apocalipsis del Beato de Liébana, el orbe deja de ser un círculo para ser una elipse. La complejidad fue aumentando hasta que el descubrimiento de América por Cristóbal Colón lo transformó todo. Se dan otros mapamundi como el de Juan de la Cosa y unos decenios después, en 1570, Ortelius publica en Flandes su Theatrum Orbis Terrarum, el primer atlas moderno.
Todo ha cambiado. El eje ya no es el Mediterráneo sino el Atlántico, la mentalidad renacentista se impone y el mundo se ve con otros ojos. Con los siglos, el conocimiento y la tecnología aumentarán, la mentalidad científica buscará la exactitud y no el simbolismo, la fe se deja para lo privado, si se deja. Ahora el orbe pivota en el Pacífico. El punto ya no es Roma, ni Madrid, ni París, ni Londres ni Nueva York. Es Singapur
Este nuevo mundo ha relegado a Europa un rincón del mundo. Una Europa que sigue sin enterarse de ello, que continúa mirándose el ombligo y las estrías que le ha dejado el adelgazamiento que ha traído la crisis. Sin atender al Globo, vuelve la mirada al pueblo, al populismo, al aislacionismo. Sin fe, los valores han perdido su norte. El problema no es que los británicos apoyen el Brexit. El quid es que los europeos no nos damos cuenta de que la cuestión es que el mundo nos margine, nos eche a un rincón. El Orbexit

domingo, 10 de abril de 2016

EL OCHO Y LA C


Mi hija pequeña estaba merendando una manzana cuando me iba a poner a escribir este artículo. Me preguntó sonriendo que iba a hacer y yo se lo conté. Al verla tan risueña las palabras me salieron antes de darme cuenta siquiera de haberlas pensado: “¿De qué quieres que escriba, cariño?” Ella me contestó sin perder su sonrisa pero con la seriedad de una niña de tres años, que es bastante más seria que la de los adultos cuando sabe son conscientes de que el momento lo requiere: “ Habla del ocho y de la C, papá”.
 Por un instante no supe qué me estaba diciendo y cuando lo supe ignoraba su significado. Ella me miraba con los ojos de quien está convencido de que se ha sido claro. Así que como padre con cierta experiencia ya, eché mano de lo que mi cerebro ya había sido capaz de procesar, confiando en que mientras hallaría el significado del resto.
“Claro, hija, la C de Carolina, que es como se llama, quieres que hable de la C”. Ella siguió mirándome con expresión de “pues claro, papá”. Sonreí para ganar tiempo a ver si encontraba una razón a lo del ocho. Ahora mismo sigo sin saber realmente por qué eligió el ocho, pero a punto de claudicar, me vino una imagen de un libro: una pieza de ajedrez, en dorado, una reina; una autora, Katherine Neville; un título, El Ocho. Una novela de intriga y matemática, de Carlomagno y el poder, de ajedrez y sus 8x8, sus 64 casillas. Entonces lo ví, ví una explicación. Al menos para mí, no sé para mi hija.
La simbología del Ocho. Para los cristianos, que en algunos casos se bautizan  en baptisterios octogonales, el octavo día es el de la resurrección  y el de la vida eterna, pues es en el que Jesucristo, el triple ocho, 888, venció a la muerte y recreó toda la creación. De ahí la C, la nueva Creación que se ha inaugurado con él, que será plena al final de los tiempos y que entonces y ya ahora se va construyendo con su Misericordia. Otra C, la del corazón, compasión y compartir. Este domingo hemos celebrado la fiesta de la Divina Misericordia, en el que se promete salvación al que proclame “En vos confío”. Otra C. Más C: Caritas Christi.  

sábado, 20 de febrero de 2016

MATAR AL PADRE


Observo con preocupación todo este espíritu revisionista que ha ido creciendo con la crisis económica. Me maravilla que ahora todos nos rasguemos las vestiduras ante escándalos que todos intuíamos, sabíamos y, en casos, conocíamos que existían. Lo ocultaba una prosperidad que se reveló ilusoria pero que nos llegaba a todos de una u otra manera. Esa frustración  nos está llevando a buscar chivos expiatorios y a colocar sambenitos, que no es lo mismo que hacer justicia.
Ese espíritu revanchista y envidioso ha ido impregnando toda la sociedad y está siendo aprovechado por los oportunistas para romper con todo y erigirse en libertadores. Son hábiles, calculadores y listos, algunos hasta inteligentes. Su triunfo es inevitable si los ciudadanos apostamos por la demagogia, les dejamos libertad de acción y aplaudimos en esos modernos autos de fe en que se han convertido tertulias y programas políticos.
Si Freud hubiese psicoanalizado a los españoles nos habría puesto como el manifiesto ejemplo del deseo de matar al padre. Al fin tiene mucho que ver con el que dicen que es nuestro pecado nacional: la envidia. Lo digo por ese afán que nos arrebata de tanto en tanto de acabar con todo lo que construimos, de decir que nuestros padres y abuelos no sabían lo que hacían, que no es lo adecuado para estos tiempos, que eran unos pecadores grandísimos. Es esa ansia que nos ha entrado de reformar una Constitución que, con sus fallos y debilidades, ha demostrado que es completamente adecuada  para convivir. No como las otras, siete en 120 años, que sólo lograron enfrentarnos a unos contra otros.
La envidia y la soberbia son muy malas para la convivencia. La base del consenso es la humildad, que no es renuncia a los principios ni sometimiento. Dado que comienza la Cuaresma mañana y que es propicia para el examen de conciencia y el reconocimiento de fallos, debilidades y pecados, estaría bien que lo aprovechásemos para ver cómo mejorar y no cómo tener razón e imponernos. Al ser tiempo de abstinencia y ayuno, empleémoslo en ganar dominio de nosotros, sobre todo en los excesos de la lengua.