jueves, 30 de julio de 2015

LA MORAÑA


La vida te da de vez en cuando esas alegrías. O muchas veces y tan a menudo que no nos fijamos en ello porque no prestamos atención ni a lo común ni a los detalles. Sea como sea, lo cierto es que existen y que cuando nos damos cuenta de su existencia son un auténtico placer. Es lo que me ha ocurrido en el regreso de estas vacaciones de las que aún me restan unos días.

No hay nada como el paisaje de tu tierra. A pesar de llevar encima la paliza de todo un día de viaje, todo el cansancio se evapora. No hay nada como un atardecer, con puesta de sol incluida, detrás de las suaves colinas de La Moraña. Suave luz que alarga las sombras sobre los rastrojos y las pacas de  las tierras ya recolectadas, marrones y ocres  que se oscurecen en los barbechos, los últimos agricultores en su tractores terminando las faenas del campo antes de que desaparezca por completo la luz. 

Y esa última luz recortando los perfiles de los pueblos, de sus casas de ladrillo y cal y, aún de adobe, de sus iglesias y de las torres de sus iglesias, muchas testimonio de ese pasado románico-mudéjar, de tierra de moros (de ahí la etimología de su nombre, para algunos; para otros de términos prerrománicos que significaría tierra de muchas colinas y villas) y también de gentes del norte, mozárabes y muladíes. Y salpicando todo el horizonte, en las afueras del núcleo urbano, las estructuras modernas de las naves para el ganado. Y en algunos lugares la eras con los muelos de grano y la cinas de paja.

Y poco a poco, al ritmo del anochecer, al compás de la voz cadenciosa y melódica  de Charles Aznavour en un disco de grandes éxitos, pueblos y paisajes van desapareciendo al tiempo que los últimos rayos del sol desaparecen tras una colina cuya cima brilla aún con el último rojo. Ya su último testimonio son unas lucecitas que motean aquí y allá la oscuridad. Como réplica casi especular en la tierra de un cielo estrellado con una profusión e intensidad como casi ninguno en el mundo. El cielo, y la tierra, de La Moraña. 

(artículo publicado el 28 de juli oen "El Día de Valladolid") 

martes, 14 de julio de 2015

¿SALDRA EL SOL MAÑANA?

Esa pregunta no se la hacía un meteorólogo, ni un astrofísico, ni un astrónomo, ni un astrólogo. Se la hacía un filósofo británico, de Escocia, de Edimburgo para ser más exactos de esos que te pueden caer en la selectividad si te preguntan por el empirismo. Ese filósofo es David Hume, que vivió en el siglo XVIII, y que entre otras cosas planteó dos principios que se me quedaron grabados cuando lo estudié.
Hume habla de las relaciones de ideas y las cuestiones de hecho. Estas últimas son experiencias cuyas contrarias son tan posibles como ellas mismas. Ahí es dónde se sitúa la pregunta del título: ¿saldrá el sol mañana? Nuestro conocimiento práctico nos asegura la salida del sol pero podría pasar perfectamente que mañana no hubiera alba o que el orto no saliese por oriente sino por occidente. Frente a esto están las relaciones de ideas, conceptos abstractos, de aplicación universal, como la geometría de Euclides o el teorema de Pitágoras.
¿A qué viene este repaso de filosofía? A que nos puede ayudar a entender el alcance real de la democracia, palabra que no dejan de pronunciar nuestros políticos, acusándose de ser más o menos democráticos, como si esa acusación nos fuera a solucionar los problemas. Porque no entienden que la democracia no es más que un sistema de toma de decisiones políticas. El mejor que hemos sido capaces de diseñar los hombres.
Pero el que la mayoría diga que la botella esté medio llena o medio vacía no establece una verdad. Esa es que la botella está a la mitad de su capacidad. La verdad no la establecen los votos. Y la mayoría puede tomar decisiones equivocadas como que la botella está medio llena cuando en realidad se está vaciando y no llenando.
También las puede tomar decisiones injustas. Por eso sabiamente nuestro padres constitucionales unieron al estado democrático ( toma de decisiones y de representación) otros dos calificativos: de derecho ( la ley enmarca y vigila esas decisiones) y social ( el fin de esas decisiones y de ese marco legal: el bien común).

(artículo publicado el 14 de julio en "El Día de Valladolid")

sábado, 11 de julio de 2015

QUE VIENE EL LOBO

Una de las series que más me han gustado últimamente ha sido la de “Grimm”. Un detective de la policía, descendiente de los hermanos Grimm, tienen la capacidad de distinguir entre la multitud a los personajes de los cuentos camuflados bajo apariencia de humanos corrientes. Crea toda una mitología fundamentada en los personajes de los cuentos.
 No digo de infantiles porque en realidad no lo son. Como tampoco son las historias  Disney, contra las que no tengo nada. Más bien todo lo contrario pues me encantan y como se podrán imaginar con tres hijas me tengo toda la colección casi hecha. Pero contra lo que sí que estoy es contra la exclusión. Nuestra sociedad va edulcorando cada vez más las historias originales por aquello de no traumatizar a nuestros hijos. Y yo creo que son compatibles ambas.
Pensándolo bien, quizás no sea por nuestros hijos y sea por nosotros mismos. Se lo digo, porque en el fondo esos cuentos, en estado original, de los hermanos Grimm, o también, por ejemplo, de Andersen, nos hacen enfrentarnos con nuestros miedos, nuestros sufrimientos y nuestra crueldad. Y eso es muy duro y doloroso.
Sin embargo, sin ese cara a cara con el lado oscuro, con nuestro lado oscuro, es imposible que podamos ser personas hechas y derechas, equilibradas, auténticas. Sí, sé que puede traumatizar. Pero sólo si no damos las herramientas adecuadas para enfrentarse al mal. Y eso son valores, principios, obligaciones. No sólo podemos enseñar derechos, querencias y apetencias.
Mi experiencia me ha enseñado que sólo he podido vencer mis miedos ( y he tenido muchos y aún tengo algunos) plantándome, mirándole a los ojos y diciendo ( aunque sólo quisiese huir) que no, que hasta aquí hemos llegado. Es decir, dominando yo al miedo. Y para ello me han ayudado todas esas historias Grimm y Andersen. ¡Ah!, y también gracias al miedo he sido prudente, que no temeroso ni atrevido. Y también me ha enseñado que todo no vale porque luego viene el lobo y te come.

(Publicado el 7 de julio de 2015, en "El día de Valladolid")
No creía que había pasado tanto tiempo. ¡Casi un año! He hecho propósito de verano y espero publicar, al menos, semanalmente. Muchas gracias a todo el que lea estás reflexiones. En un rato retomo el contacto con el último artículo que he publicado esta semana en "El Día de Valladolid". ¡Que Dioa os acompañe en una jornada feliz!