sábado, 2 de junio de 2012


DE FIESTAS
(artículo en "El Día de Valladolid" 29 mayo 2012)
Aunque en estos tiempos que corren no es muy común hablar de fiestas, es de lo que les voy a hablar. La situación está realmente difícil y precisamente no para muchas fiestas, especialmente para aquellos en los que los problemas están golpeando con más fuerza, dejándoles sin apenas recursos, incluso en la miseria. Pero la gravedad de la crisis no puede impedir que celebremos los momentos importantes de la vida.
La cuestión radica en nuestra concepción de la fiesta. Evidentemente es un acontecimiento que ha de ser diferente de la habitual pero no ha de ser necesariamente ostentoso ni despilfarrador. La imagen que nos ha quedado de estos años de bonanza es que las fiestas hay que celebrarlas por todo lo alto, con traca final y descorche de champán.  Aunque sabemos a ciencia cierta que las celebraciones más espectaculares no son siempre las mejores y ni siquiera las que más disfrutamos.

No me digan que algunos de sus mejores momentos no han sido los más baratos. Quizás tomando unas cañas y unos pinchos con los amigos o con la familia. Puede que con una comida sencilla, improvisada, sin alta cocina pero sí con gran amor y  intensa comunión. O simplemente pasando un día en el campo con unas tortillas, unos filetes empanados, una sandía y un poco de vino o unas cervezas.

Lo que quiero decir es que no hace falta tener mucho para celebrar una gran fiesta. La fiesta verdadera nace del corazón, del hecho de compartir con aquellos que festejas, en la comunión y el buen ambiente, en el espíritu abierto y benevolente, en el destierro del prejuicio y de la murmuración. Y para eso da igual que seamos pobres o ricos, que estemos en crisis o en supercrecimiento.

Y también es verdad que necesitamos ir de fiesta y tener días festivos para disfrutar con los nuestros y reponernos de las preocupaciones y trabajos cotidianos. Y más necesario es aún ahora. Porque para salir de esta tenemos que tener un espíritu optimista y esperanzado. Y para ello nos tenemos que liberar de tanto pesimismo y del peso de tanta pena. El mejor antídoto son unas risas compartidas y la experiencia de que en medio de la oscuridad existe también la luz.

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