DE FIESTAS
(artículo en "El Día de Valladolid" 29 mayo 2012)
Aunque en estos tiempos que corren no es muy común
hablar de fiestas, es de lo que les voy a hablar. La situación está realmente
difícil y precisamente no para muchas fiestas, especialmente para aquellos en
los que los problemas están golpeando con más fuerza, dejándoles sin apenas
recursos, incluso en la miseria. Pero la gravedad de la crisis no puede impedir
que celebremos los momentos importantes de la vida.
La cuestión radica en nuestra concepción de la
fiesta. Evidentemente es un acontecimiento que ha de ser diferente de la
habitual pero no ha de ser necesariamente ostentoso ni despilfarrador. La
imagen que nos ha quedado de estos años de bonanza es que las fiestas hay que
celebrarlas por todo lo alto, con traca final y descorche de champán. Aunque sabemos a ciencia cierta que las
celebraciones más espectaculares no son siempre las mejores y ni siquiera las
que más disfrutamos.No me digan que algunos de sus mejores momentos no han sido los más baratos. Quizás tomando unas cañas y unos pinchos con los amigos o con la familia. Puede que con una comida sencilla, improvisada, sin alta cocina pero sí con gran amor y intensa comunión. O simplemente pasando un día en el campo con unas tortillas, unos filetes empanados, una sandía y un poco de vino o unas cervezas.
Lo que quiero decir es que no hace falta tener mucho para celebrar una gran fiesta. La fiesta verdadera nace del corazón, del hecho de compartir con aquellos que festejas, en la comunión y el buen ambiente, en el espíritu abierto y benevolente, en el destierro del prejuicio y de la murmuración. Y para eso da igual que seamos pobres o ricos, que estemos en crisis o en supercrecimiento.
Y también es verdad que necesitamos ir de fiesta y
tener días festivos para disfrutar con los nuestros y reponernos de las
preocupaciones y trabajos cotidianos. Y más necesario es aún ahora. Porque para
salir de esta tenemos que tener un espíritu optimista y esperanzado. Y para
ello nos tenemos que liberar de tanto pesimismo y del peso de tanta pena. El
mejor antídoto son unas risas compartidas y la experiencia de que en medio de
la oscuridad existe también la luz.
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