domingo, 10 de junio de 2012


ESCRIBE DE LO QUE QUIERAS
(artículo en "El día de Valladolid", 5 junio 2012)

Hay ocasiones en que por mucho que uno quiera no le salen las palabras y cuesta encontrar una idea  sobre la que escribir. Eso me ha pasado hace un momento. Llevaba ya un rato sentado frente al ordenador y no acababa de visualizar el artículo. Aumentaba mi desasosiego sí que pregunté: “¿de qué escribo?” Fue mi hija pequeña la que contestó: “amo a mi papá, amo a mi mamá, pero escribe de lo que quieras”.
Así que la he hecho caso y escribiré de lo que quiera, aunque no se crean que es tan fácil. No siempre se puede expresar lo que uno quiere porque no siempre uno sabe lo que quiere. En estos difíciles tiempos  menos aún. O quizás no tanto. Quizás tenga razón mi hija y al final todo siempre resulta más sencillo de  lo que pensamos.

Claro que para que sea así hemos de simplificar nuestros deseos. A ella le resultaba todo simple y claro: quiere a sus padres,  ¿para qué más? Lo demás es secundario. Sin embargo, los mayores empezamos a ponerle peros al asunto. Sí, lo más importante es amar, pero mejor con éxito, y cuanto mayor mejor. Así que nos esforzamos en obtener  más dinero, más reconocimiento, más cosas. Y cuanto más grandes mejor.
No creo que haya nada malo en querer mejorar, en ofrecer una vida mejor a los tuyos y a ti mismo. ¿Cómo saber que se ha convertido en algo perjudicial? Si pasa el examen de la proporcionalidad, del equilibrio. El esfuerzo que hagamos ha de ser proporcional al objetivo y el resultado que perseguimos y que obtenemos.  Estar un mes sin ver a tus hijos por conseguir que en tu trabajo te den una palmada en la espalda no es lo mismo que estar un mes lejos de tu familia para lograr salvar a tu empresa de la quiebra.

Es una distinción que se presenta diáfana sobre el papel pero que luego no es tan clara en medio de los acontecimientos. Por eso decía antes que no es tan fácil saber lo que uno quiere. El mal se nos enreda muy a menudo en nuestras acciones y nos confunde. Por eso es bueno pararse de vez en cuando y examinarnos por dentro. Ver si escribimos lo que queremos o si alguien nos ha torcido la línea. Pero no desesperen nunca, que Dios escribe con renglones torcidos. 

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