Dios da grandes beneficios por medio de lo pequeño y cotidiano. Es una máxima que deberíamos de acordarnos más en la vida. Seríamos bastante más felices pues no viviríamos en la insatisfacción continua del que sólo espera llegar a las grandes metas y no disfruta de los que se va encontrando en el camino. Precisamente esos elementos y sucesos menores o habituales son los que nos dan fuerza para avanzar en el recorrido. Y hacerlo de buen humor también ayuda a andar más ligero, avispado y atento.
Al menos así
lo creo yo después de pasar este domingo en el campo. Más bien en uno de
los pinares que nos rodean. Una bendición en la que no solemos fijarnos porque
forman parte de nuestro paisaje habitual. Eso nos hace minusvalorarlos cuando
ya quisieran en muchos lugares tener la posibilidad de pasear, comer o jugar
por un pinar a tan sólo diez minutos de casa. Y no hablamos de un parque, ni
siquiera de uno de los grandes, sino de hectáreas y hectáreas que dan sentido a
ese nombre que algunos les dan tras contemplarlos desde algún cerro o algún
otero: los mares verdes de Castilla.
Sí que son un océano de oportunidades de diversión y
disfrute. Sino pregúntenselo a mis hijas. Han visto un largo desfile de orugas
procesionarias (que les han parecido feísimas), se han llenado las manos de
resina recogiendo piñas, se han peleado con ellas para sacar los piñones, las
han soltado porque la asustaba algún gusano o araña ocultos, han corrido, han
saltado y han sido felices. Sobre todo eso: han sido felices.
No han necesitado grandes inventos o las últimas
novedades de moda. Solamente les ha hecho falta curiosidad, apertura mental y
capacidad de sorpresa para disfrutar con lo que se les aparecía, con lo que les explicaba, con lo
que les sugería la imaginación al ver una forma de un pino, de una piedra o la
huella de unos cascos de caballos. No hace falta más para ser feliz. Disfrutar
con lo que Dios nos da cada momento, por muy pequeño, insignificante o absurdo que nos parezca. En
ello siempre se puede encontrar una gota (o muchas) de felicidad. Sólo hay que
abrir la piña para encontrar el piñón.
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