No, no les voy a hablar sobre el partido político.
Puede que en alguna cuestión que exponga coincida con ellos y en otras con
otros partidos políticos. Al fin y al cabo, esa es su finalidad: concretar en
la acción política lo que voy a comentar. Otra cosa es que lo hagan. Es el
verdadero problema: dejar de representar a los ciudadanos y dedicarse a
defender intereses de grupo, sea el propio o de un lobby, ya político, ya
económico.
No es nada nuevo lo que voy a compartir con ustedes.
Ni porque sea idea original mía, la tuvieron antes que yo grandes pensadores y
grandes políticos, ni porque sea la primera vez que lo haga, ya he dedicado
total o parcialmente otros artículos a ello. Pero creo que es importante recordar
la idea: somos ciudadanos no vasallos, ni súbditos, ni miembros de una facción,
ni de una tribu, ni de un grupo, ni de una nación.
La democracia occidental se fundamenta en los
derechos y obligaciones del individuo, persona en cuanto a su condición humana,
ciudadano en cuanto a su ejercicio político, igual ante la ley, sea cuál sea su
sexo, su raza, sus creencias, su economía, su idioma… El territorio no otorga
ventajas ni privilegios, no diferencia ni excluye excepto el que define el
ámbito donde actúa esa democracia.
Es decir, los gobiernos han de mirar por el buen
ejercicio de todos los derechos y obligaciones de cada uno de sus ciudadanos,
que son los titulares de ellos y no ningún grupo, territorio, nación, ni
comunidad de vecinos, sea cuál sea la localidad o localidades en las que viva.
Por eso, en buena lógica el tiempo debería llevar a
una única democracia global, ya que todos los hombres somos personas con
derechos y obligaciones individuales, no
de grupo, y ciudadanos que toman decisiones políticas para el bien común. Otra
cosa es que uno esté muy orgulloso de su tierra y de la historia de sus
antepasados. Pero eso no le otorga privilegios ni le hace mejor o peor
ciudadano. Eso depende de la condición moral de la persona.
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