Una de las series que más me han gustado últimamente
ha sido la de “Grimm”. Un detective de la policía, descendiente de los hermanos
Grimm, tienen la capacidad de distinguir entre la multitud a los personajes de
los cuentos camuflados bajo apariencia de humanos corrientes. Crea toda una
mitología fundamentada en los personajes de los cuentos.
No digo de
infantiles porque en realidad no lo son. Como tampoco son las historias Disney, contra las que no tengo nada. Más
bien todo lo contrario pues me encantan y como se podrán imaginar con tres
hijas me tengo toda la colección casi hecha. Pero contra lo que sí que estoy es
contra la exclusión. Nuestra sociedad va edulcorando cada vez más las historias
originales por aquello de no traumatizar a nuestros hijos. Y yo creo que son
compatibles ambas.
Pensándolo bien, quizás no sea por nuestros hijos y
sea por nosotros mismos. Se lo digo, porque en el fondo esos cuentos, en estado
original, de los hermanos Grimm, o también, por ejemplo, de Andersen, nos hacen
enfrentarnos con nuestros miedos, nuestros sufrimientos y nuestra crueldad. Y
eso es muy duro y doloroso.
Sin embargo, sin ese cara a cara con el lado oscuro,
con nuestro lado oscuro, es imposible que podamos ser personas hechas y
derechas, equilibradas, auténticas. Sí, sé que puede traumatizar. Pero sólo si
no damos las herramientas adecuadas para enfrentarse al mal. Y eso son valores,
principios, obligaciones. No sólo podemos enseñar derechos, querencias y
apetencias.
Mi experiencia me ha enseñado
que sólo he podido vencer mis miedos ( y he tenido muchos y aún tengo algunos)
plantándome, mirándole a los ojos y diciendo ( aunque sólo quisiese huir) que
no, que hasta aquí hemos llegado. Es decir, dominando yo al miedo. Y para ello
me han ayudado todas esas historias Grimm y Andersen. ¡Ah!, y también gracias
al miedo he sido prudente, que no temeroso ni atrevido. Y también me ha
enseñado que todo no vale porque luego viene el lobo y te come.(Publicado el 7 de julio de 2015, en "El día de Valladolid")
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