VIVIR SENCILLO
Los que aún podemos tenemos la obligación moral de
compartir con aquellos que no tienen nada. Y sabemos que son muchos. Y con
muchas dificultades. Nos recomendaba esa
responsable que es muy necesaria en la actualidad entregar comida enlatada o ya
cocinada, que necesite el mínimo consumo de energía. Porque muchas familias no
tienen para pagar el gas o la electricidad y eso impide hasta cocinar o guardar
comida en el frigorífico o en el congelador. Imagínese ya no sólo sin
calefacción o agua caliente sino sin la posibilidad de cocinar o de calentar un
poco de café o de leche.
Vivir sencillamente nos permitiría disponer de algo
más para compartir. Renunciar a lo superfluo no es un sacrificio grande
realmente. Nos cuesta más por lo que supone de ruptura de costumbres y hábitos
y de renuncia que por la necesidad de lo renunciado. Eso sí lo renunciado es
vitalmente necesario para otros. Además es sencillo colaborar. Con dar unos
paquetes de legumbre, unos productos de higiene o de limpieza, unos litros de
leche es suficiente.
Y si además consiguiéramos hacer de este lema la guía
de nuestra vida, viviríamos mejor. Nosotros, los que nos rodean y la sociedad
en general. Imagínense que nuestros
gustos y necesidades se vuelven tan sencillas que para satisfacerlas ya no
necesitáramos, por ejemplo, cambiar de móvil cada tres meses, de ropa cada
temporada, de coche cada dos años… No es que hayamos de privarnos de
una copita de vino de reserva y una tapita de jamón ibérico de Guijuelo
de vez en cuando sino de emborracharnos de vino peleón a diario.
(^Publicado el 4 de diciembre de 2012 en "El Día de Valladolid" )
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