OJOS DE FELICIDAD
A uno se le agranda el corazón cuando ve la
felicidad en los ojos de su familia. En esos momentos desaparecen las
preocupaciones, el cansancio y el estrés y, por supuesto, de la crisis ni se
acuerda Porque de verdad lo que realmente deseamos las personas, tanto ricos
como pobres o mediopensionistas, es vivir eternamente en ese momento. Es
nuestro anhelo más íntimo, nuestra aspiración máxima. O traducido: el cielo.
Es lo que buscamos durante toda la vida. Hay
ocasiones en las que lo hacemos conscientemente pero en el fondo es lo que late
bajo todas nuestras acciones. No siempre tenemos éxito y lo hallamos, muchas
veces ni siquiera cuando lo hallamos lo reconocemos y en otras erramos en lo
que buscamos.
Creemos, así nos lo enseñan, que esa felicidad está
en el triunfo y en el éxito. Póngale ustedes el complemento que quieran: de
poder, de prestigio, de dinero… de amor incluso, de un amor posesivo. Sin
embargo, no es así. Hay uno mira a los ojos de los demás y no ve felicidad.
Puede haber temor, adoración, odio, servilismo, indiferencia, egoísmo…pero no
felicidad y amor.
Los ojos de felicidad son los que yo he visto este
fin de semana en mi hija pequeña (bueno ya no la pequeña, pues Dios nos ha
bendecido con otra – parece que es niña- que viene en camino) durante la
celebración de su cumpleaños. No era por lo regalos, que le hicieron mucha
ilusión claro, sino porque nos habíamos juntado la familia para comer. Estaba
feliz porque estábamos juntos compartiendo.
Siempre he creído que los hijos, con toda la
dedicación que necesitan, son la mayor bendición para una sociedad. Nos ayudan
a poner los pies en la tierra, a pensar en la consecuencias de nuestros actos
porque las pagaran ellos y nos permiten disfrutar ( y distinguir) los
verdaderos momentos de felicidad.
Son como unos ángeles de la guarda que nos regala
Dios para que nos cuiden, aunque parezca lo contrario. Por cierto, acuérdense
de su ángel de la guarda personal porque hoy es la fiesta de los santos ángeles
custodios. Cuánto trabajo doy al mío y de cuánto me ha librado. Muchas gracias,
ángel mío.
(Artículo en "El Día de Valladolid", 2 de cotubre de 2012)
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